viernes, 4 de noviembre de 2011

La narración oral: ¿una herramienta pedagógica?


Desde tiempos inmemoriales, el hombre en su permanente necesidad de pensar, sentir y aprender, descubrió el valor de la palabra, el poder de convocatoria de la oralidad, la sublime fuerza de una historia contada a viva voz, capaz de levantar, frente a los ojos asombrados de quienes escuchaban, imágenes inusitadas de mundos tangibles soñados, donde todos, de alguna manera, se veían reflejados.
Frente a las llamas de una hoguera, en la plazuela tribal, se congregaban, y aún se congregan, líderes y guerreros, poderosos y desposeídos, convocados por la voz del Griot africano, o del Chaman de nuestras tierras americanas, que cuentan para que nadie olvide su pasado, para que a través de las historias escuchadas identifiquen su misión en el presente, asumiendo la realidad con la responsabilidad de quienes saben que entre sus manos, están germinando las semillas del futuro. Cuentan para transmitir la identidad, la memoria histórica y la cultura de un pueblo, para preparar a los hombres y mujeres, a los niños y niñas para la vida, y es precisamente este referente el que me permite apreciar con claridad, que los cuentos, contados a viva voz, han sido desde siempre una extraordinaria herramienta pedagógica.
Contar es compartir la confianza, es abrir de par en par las puertas del corazón y dejar fluir entre palabreas y gestos, entre miradas y sugerencias vocales, un torrente de ideas, de pensamientos y sentimientos que convocan la imaginación del que escucha y provocan la reflexión y el goce.
En una sociedad de oralidad secundaria y audiovisual como la nuestra, la palabra ha quedado relegada a un segundo plano, muchas personas padecen las carencias que surgen de una comunicación pobre y limitada, por la ausencia de espacios donde triunfe la palabra.
Ocurre en nuestras familias, donde cada vez se dialoga menos; las conversaciones muchas veces terminan enredadas en las trampas de la rutina y no logran trascender el plano formal y esquemático que exigen las más cotidianas acciones. Se le da poca importancia al hecho de hablar, de “contar” como me fue, como me sentí, que vi, que descubrí, que soñé, hay que competir con el televisor, con la computadora, con el CD, con infinidad de artefactos a través de los cuales los seres queridos se deleitan en una comunicación, muchas veces mediocre y manipuladora.
El hombre pierde aceleradamente su capacidad de escuchar, de dialogar, de conversar, de contar, y eso es, sin lugar a dudas, un retroceso de la cultura, una pérdida que no nos podemos dar el lujo de asumir.
En tal sentido la escuela debe ejercer su liderazgo cultural a nivel comunitario y propiciar la creación de espacios donde la palabra sea el punto de encuentro. La Narración Oral es una importante herramienta expresiva y comunicativa que enriquece el aprendizaje y facilita la integración y la pertenencia grupal, aspectos claves del proceso de aprendizaje.
Para un niño, la palabra oída posee una fortaleza extraordinaria, como dice Ana Pelegrín, en su libro “La aventura de oír”: “Podemos formular la hipótesis de que la literatura oral es una forma básica, un modo literario esencial en la vida de un niño, porque la palabra está impregnada de afectividad”. El cuento narrado a viva voz incorpora vivencialmente a las personas que escuchan, cualquiera sea su edad, a una cultura que les pertenece,
generando la posibilidad de que las imágenes sugeridas a través de las historias narradas se construyan y multipliquen en la imaginación de quienes escuchaban activamente, receptores, recreadores, abriendo paso al despliegue simbólico de la palabra polisémica, invitando a reinventar y a seguir contando esas historias nacidas para trotar de mano en mano, de corazón en corazón, sin detenerse, porque una historia que se detiene, es una historia que comienza a morir.
Un cuento renace cada vez que alguien lo comparte oralmente y lo hace suyo, tan suyo que le introduce modificaciones, interpreta sus significados, crea variantes, porque el texto oral es texto abierto, texto que invita a participar en un proceso permanente de co-creación, ejercicio que potencia la creatividad y fortalece la imaginación, contribuyendo al desarrollo de estructuras de pensamiento divergente y flexible. Narrar a viva voz significa apropiación y recreación de la realidad, de la vida cotidiana, de lo insólito y lo mágico, de lo lúdico y lo vivencial, involucrando el mundo emocional, intelectual y afectivo de quien cuenta y de quien escucha.
Francisco Garzón Céspedes, padre y creador del Movimiento Iberoamericano de Narración Oral Escénica, en su libro Teoría y Técnica de la Narración Oral Escénica, ofrece diversas definiciones del Arte de contar cuentos, unas complementarias de las otras, todas válidas e inteligentes. A continuación voy a citar algunas que considero muy identificadas con el tema de la presente ponencia:
“La narración oral es una conmemoración, donde el ser humano, al narrar a viva voz y con todo su cuerpo, rinde homenaje a quienes lo antecedieron como memoria colectiva y voz de todos, y rinde homenaje a lo que es más que cada uno de los antecesores: a la voz colectiva de los pueblos.”
“La narración oral es un acto de indagación, donde el ser humano, al narrar a viva voz y con todo su cuerpo, duda y hace dudar, pregunta para alentar una respuesta interna de cada quien y colectiva, de cada público, y por esta vía reafirmar los aciertos, criticar los errores, superar los defectos y defender la permanencia e integridad de los principios humanos universales.”
“La narración oral es un acto de justicia, donde el ser humano, al narrar a viva voz y con todo su cuerpo, expone criterios para contribuir a reordenar el universo y lo hace en consonancia con las realidades y anhelos de la comunidad.”
Partiendo de estas definiciones podría afirmar que un cuento puede ser fuente de aprendizajes significativos, de ese “aprender a aprender” tan necesario, para que el conocimiento pueda conectarse de inmediato con su aplicación transformadora, y devenir en herramienta pedagógica; capaz de facilitar la construcción cultural que conduce a un individuo al plano en que, gracias a la dimensión socializadora de las formas culturales, y a las diversas visiones del mundo que a través de ellas se asumen, logre alcanzar ese elevado status que lo categoriza como ser humano, como ser cultural y por tanto, heredero y depositario de todos los hallazgos de su especie.
Contar cuentos en el salón de clases es un recurso al que los maestros no deben renunciar, porque un cuento contado a viva voz despierta la imaginación y la sensibilidad de sus alumnos. Un cuento facilita la integración del grupo y estimula la curiosidad, un cuento puede ser el detonador que impulse procesos creativos a través de diversos proyectos, un cuento integra y facilita el clima psicológico necesario para que la escuela resulte una experiencia de crecimiento y formación, muy distante de esa visión aterradora que muchos de nosotros conservamos de la escuela como lugar poco grato, triste y aburrido.
El repertorio de historias que estimula el aprendizaje y se vincula a las más diversas áreas curriculares, es amplio y sugerente. Existen cuentos para identificar los números y aproximarse al misterio de las más complicadas ecuaciones matemáticas, para identificar especies animales y botánicas, parar conocer la geografía del mundo; existen cuentos para filosofar, para crecer en el amor, la verdad, la justicia y la ternura; cuentos para apropiarse de la historia de la comunidad, del país y del mundo; existen cuentos para jugar, para reír, para soñar, para divertirse y aprender sintiendo y pensando. Así siguen enseñando los Chamanes a los herederos de su milenaria civilización. Cada maestro debería ser un Chamán, debería ser un gran mago que saca palabras del sombrero de su corazón, para emocionar y compartir, para provocar la reflexión, la indagación, la búsqueda... siempre dispuesto a atizar las luces del asombro y el deseo de indagar, de manera que pueda leerse en los ojos de sus alumnos las ganas de apropiarse del Universo. Cada maestro debería ser un poco “Odiseo” y emprender a través de al palabra un viaje interminable hacia el conocimiento del mundo y de la vida, sobre todo en una sociedad como la nuestra, interesantemente definida por Ana Pelegrín en su libro “La aventura de oír” como “sociedad misil”, donde la vida se ha atomizado, “la voz mínima para el oído-grupo está liquidada; otros son los que poseen la palabra, la controlan, la manipulan y la multiplican. Su poder ya no es crecer en el viento, sino dominar, o afincarse en los dominios precisos e indispensables de la tecnología.” Sin embargo, la palabra antigua, conocimientos tan primarios, ¿no significan nada para las nuevas generaciones de esta galaxia cultural? Este interrogante debe ser asumido por todos los docentes como un reto, como espacio de reflexión, como el inicio de un proceso a través del cual podemos indagar puntualmente, qué hacemos en nuestra labor cotidiana como maestros y qué podemos hacer, para que la palabra se renueve entre nosotros.

Claudio Ledesma

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